Una vez más...
Lo he hecho, he entrado con la determinación de un veterano, la vista al frente, sin descuidar los flancos.
Aún sostengo con fuerza el arma pegada al pecho y me laten en los brazos unos músculos hinchados por la tensión. Sé que en realidad no pesa tanto, pero eso aquí no importa.
Está fría, no la he disparado.
No... aún no lo he visto.
Como cada vez me ha sorprendido verme libre al entrar, el entorno es real pero con práctica puede apreciarse la diferencia. Hay partículas en el aire, corrientes y puertas abiertas o a medio abrir, silencio y ruidos inesperados o imperceptibles, vida y ruinas. Hay grietas en el suelo donde pudo haber reventado mucho antes algún tipo de explosivos: granada o submunición.
De todo lo que hay lo que más confunde son los restos de sujeto deteriorados, separados de su ser, la pestilencia que desprenden.
Hay de todo y no es normal, nada concuerda.
Eso es lo que falla.
Dejé de ser ciudadano a los 14 años acusado de transgredir la Norma Asumida de Comportamiento.
En el informe grabaron mi identificación junto al texto:
"Carencia de sentido afectivo.[...]Dicha merma psíquica, acompañada de graves crisis de identidad, provoca algunos sucesos lesivos contra la ciudadana D4F_NE, hermana de matriz del detenido[...]".
Cometí ese crimen. Ahora sólo tengo que morir... una vez más.
Se acerca.
Puedo esconderme, camuflar mi presencia entre la normalidad del entorno, apagar gradualmente el ritmo cardiaco, la actividad de algunos órganos vitales, el ruido cerebral. He aprendido a hacer todo eso durante un tiempo que hace mucho no acierto a calcular. Pero, de una forma u otra, no servirá de nada.
Al igual que las faltas de ortografía detienen la lectura, mi existencia capta su atención irremediablemente como un olor nuevo, un color indisoluble o un solo de clarinete entre toda esta caótica perfección.
Los errores quieren ser vistos.
Me ve ...
Comentarios
Publicar un comentario