Cogí la Luna entre mis dedos, quería verme en el destello pálido de la superficie mientras la giraba despacio, como una canica opaca y fría. La cogí y dejó de brillar. Si hubiera sido sólo un poco mayor, habría sabido muy bien que hacer con ella, pero la malgasté y recordarlo me provoca una media sonrisa, entre ironía y rabia contrastada con el anhelo de la infancia, irrecuperable. A Irina le gustaba jugar a los piratas. Para cuando pisábamos la arena pajiza del patio, compactada del trote habitual que al menos medio centenar de críos le dábamos a diario, ella llevaba ya los pantalones remangados por las rodillas. - Así los llevan los de verdad, para que la espuma del mar les salpique los tobillos. Extraía de su bolsillo un trozo de cartulina negra, con la esquina superior doblada me lo enganchaba a la lente izquierda de las gafas con Blu-Tack. También un folio liado que había pintado a rayajos como la bandera de los corsarios y que extendía cuidadosamente para fijarlo a un ár
"A los que corren en un laberinto su misma velocidad los confunde" - Séneca.
Conozco cada resquicio de este laberinto que amo, pués yo mismo lo he creado, pero nadie más puede visitarlo.
Ese es mi dolor.