Cogí la Luna entre mis dedos, quería verme en el destello pálido de la superficie mientras la giraba despacio, como una canica opaca y fría.
La cogí y dejó de brillar. Si hubiera sido sólo un poco mayor, habría sabido muy bien que hacer con ella, pero la malgasté y recordarlo me provoca una media sonrisa, entre ironía y rabia contrastada con el anhelo de la infancia, irrecuperable.
A Irina le gustaba jugar a los piratas. Para cuando pisábamos la arena pajiza del patio, compactada del trote habitual que al menos medio centenar de críos le dábamos a diario, ella llevaba ya los pantalones remangados por las rodillas.
- Así los llevan los de verdad, para que la espuma del mar les salpique los tobillos.
Extraía de su bolsillo un trozo de cartulina negra, con la esquina superior doblada me lo enganchaba a la lente izquierda de las gafas con Blu-Tack. También un folio liado que había pintado a rayajos como la bandera de los corsarios y que extendía cuidadosamente para fijarlo a un árbol, alzándose sobre los talones bien alto, con la misma masilla azul.
- Vamos Edward, el tesoro está por allá.
Me gusta mi nombre de pirata. Yo quería encontrar el tesoro y subía y bajaba, corría y saltaba o me arrastraba allí donde sugería resuelta mi capitana.
- Ese agujero tiene buena pinta, Edward “Swindler”.
Cuando metí la mano para excavar la hendidura de tierra, del tamaño de una manzana, alguien me pisó los dedos. Un muchacho de rostro enjuto con el pelo encrestado.
- El hoyo es nuestro.
Había tres más. Rieron a gusto y agitaron las bolsas que llevaban sujetas a la cintura. Un tintineo de vidrio sonaba dentro de cada una.
- Si tienes canicas puedes apostarlas todas, a ti también te ganaré.
Su bolsa era la más llena. Después de eso Irina trató de animarme asegurando que en ese hoyo no había nada, que había interpretado mal la dirección del viento o la posición de las nubes o la longitud de la sombra de mi brazo extendido.
Pero yo ya había tomado una decisión…
Nunca tuve un tesoro para Irina. Cada vez que miro el cielo, este me devuelve el vacío, la mirada de odio de mi hermano cuando descubrió que en su ‘Sistema Solar’ había un alambre suelto que no sujetaba nada. Nada giraba alrededor de la Tierra.
A la mañana siguiente metí la Luna en mi bolsillo.
Si lo llego a saber, si hubiera sido sólo un poco mayor… me habría jugado el Mundo.
La cogí y dejó de brillar. Si hubiera sido sólo un poco mayor, habría sabido muy bien que hacer con ella, pero la malgasté y recordarlo me provoca una media sonrisa, entre ironía y rabia contrastada con el anhelo de la infancia, irrecuperable.
A Irina le gustaba jugar a los piratas. Para cuando pisábamos la arena pajiza del patio, compactada del trote habitual que al menos medio centenar de críos le dábamos a diario, ella llevaba ya los pantalones remangados por las rodillas.
- Así los llevan los de verdad, para que la espuma del mar les salpique los tobillos.
Extraía de su bolsillo un trozo de cartulina negra, con la esquina superior doblada me lo enganchaba a la lente izquierda de las gafas con Blu-Tack. También un folio liado que había pintado a rayajos como la bandera de los corsarios y que extendía cuidadosamente para fijarlo a un árbol, alzándose sobre los talones bien alto, con la misma masilla azul.
- Vamos Edward, el tesoro está por allá.
Me gusta mi nombre de pirata. Yo quería encontrar el tesoro y subía y bajaba, corría y saltaba o me arrastraba allí donde sugería resuelta mi capitana.
- Ese agujero tiene buena pinta, Edward “Swindler”.
Cuando metí la mano para excavar la hendidura de tierra, del tamaño de una manzana, alguien me pisó los dedos. Un muchacho de rostro enjuto con el pelo encrestado.
- El hoyo es nuestro.
Había tres más. Rieron a gusto y agitaron las bolsas que llevaban sujetas a la cintura. Un tintineo de vidrio sonaba dentro de cada una.
- Si tienes canicas puedes apostarlas todas, a ti también te ganaré.
Su bolsa era la más llena. Después de eso Irina trató de animarme asegurando que en ese hoyo no había nada, que había interpretado mal la dirección del viento o la posición de las nubes o la longitud de la sombra de mi brazo extendido.
Pero yo ya había tomado una decisión…
Nunca tuve un tesoro para Irina. Cada vez que miro el cielo, este me devuelve el vacío, la mirada de odio de mi hermano cuando descubrió que en su ‘Sistema Solar’ había un alambre suelto que no sujetaba nada. Nada giraba alrededor de la Tierra.
A la mañana siguiente metí la Luna en mi bolsillo.
Si lo llego a saber, si hubiera sido sólo un poco mayor… me habría jugado el Mundo.
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