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Determinación ( Densidades I ... )

Tengo que morir. Una vez más... Lo he hecho, he entrado con la determinación de un veterano, la vista al frente, sin descuidar los flancos. Aún sostengo con fuerza el arma pegada al pecho y me laten en los brazos unos músculos hinchados por la tensión. Sé que en realidad no pesa tanto, pero eso aquí no importa. Está fría, no la he disparado. No... aún no lo he visto. Como cada vez me ha sorprendido verme libre al entrar, el entorno es real pero con práctica puede apreciarse la diferencia. Hay partículas en el aire, corrientes y puertas abiertas o a medio abrir, silencio y ruidos inesperados o imperceptibles, vida y ruinas. Hay grietas en el suelo donde pudo haber reventado mucho antes algún tipo de explosivos: granada o submunición. De todo lo que hay lo que más confunde son los restos de sujeto deteriorados, separados de su ser, la pestilencia que desprenden. Hay de todo y no es normal, nada concuerda. Eso es lo que falla . Dejé de ser ciudadano a los 14 años acusado
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DECISIONES

Cogí la Luna entre mis dedos, quería verme en el destello pálido de la superficie mientras la giraba despacio, como una canica opaca y fría. La cogí y dejó de brillar. Si hubiera sido sólo un poco mayor, habría sabido muy bien que hacer con ella, pero la malgasté y recordarlo me provoca una media sonrisa, entre ironía y rabia contrastada con el anhelo de la infancia, irrecuperable. A Irina le gustaba jugar a los piratas. Para cuando pisábamos la arena pajiza del patio, compactada del trote habitual que al menos medio centenar de críos le dábamos a diario, ella llevaba ya los pantalones remangados por las rodillas. - Así los llevan los de verdad, para que la espuma del mar les salpique los tobillos. Extraía de su bolsillo un trozo de cartulina negra, con la esquina superior doblada me lo enganchaba a la lente izquierda de las gafas con Blu-Tack. También un folio liado que había pintado a rayajos como la bandera de los corsarios y que extendía cuidadosamente para fijarlo a un ár

DE DOLOR

Todo dolor. Todo duele. Nacer, usar los ojos, la boca, llenarse luego los pulmones de esta nada, el aire aséptico de quirófano. Desprenderse de la madre, desgarrada. Nacer duele y daña. Crecer, estirar también la razón a los confines absurdos. El bajo nivel cognitivo. Dar con los huesos, recién formados, en suelos rugosos y verse humillado por la insolencia de aquella ley que se desea dominar, otro enemigo. Gravedad. Limpiar la carne magullada, endurecerse, sanar. Cada una de estas cosas, al caso simple de existir o no, llevan impregnado un dolor sordo que las hace huirse por miedo a alcanzar, o ser alcanzadas, con ese daño que a su vez las une, cómplices de su secreto, tabú. El innombrable. Relacionarse, traspasar esa frontera de los nombres hasta chocar con la herida del otro. El ‘dilema del erizo’. Contagiarse las manías, las locuras. El vértigo del amor. Cenizas tras la llama de una pasión que lo consume todo en el trance de su baile demencial. La calma. A solas con